Al salir a tomar aire o al mirar a través de un periscopio, vemos —con sorpresa, deleite o miedo— lo que nos rodea en ese preciso momento, justo en la superficie del mar oscuro. Estamos inmersos aquí, frente a las costas de Brasil y Uruguay, subiendo desde abajo para ver una ballena, y luego bajando nuevamente, solo para emerger en otro lugar con otra vista, otra sorpresa.